Pero esa es una moneda común en Vigo, la única ciudad gallega sin plan de transportes consensuado; sin capacidad para ofrecer al Gobierno central una ubicación para una gran biblioteca estatal; sin habilidad para convencer a Ikea de que aquí hay más oportunidades que en A Coruña o que en el mismo Oporto, donde los suecos construyen ya una segunda área comercial; sin la destreza para poner en marcha después de diez años el área metropolitana que el resto de Galicia no había siquiera empezado a esbozar...
Pero el reparto de culpas es equilibrado. Ni el Concello atraviesa la mejor de sus etapas de conciliación y búsqueda de consensos con otras administraciones, ni estas, con Xunta y Diputación a la cabeza, parecen actuar pensando en los vigueses. Ciudad del Mar, de la Justicia, hospital, metro, albergue para indigentes y depuradora llegarán a la campaña de las municipales igual que en la de hace cuatro años, sin ser realidad. Y así, Vigo no deja de acumular y ver como se perpetúa su deuda histórica, que aún se agrandará más en cuanto el AVE llegue directo a A Coruña y aquí aún quede túnel por horadar, a pesar del viguismo rampante y las lecciones de amor a la ciudad.
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